Ikília; El Sexto Siglo

Autor: KrenoZ

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IESS - Capítulo 0
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Capítulo 0

Vampiros y nigromantes tuvieron una rivalidad: ambos aspiraban a ser la legión más poderosa que representara al Elemento Oscuridad en el continente de Ikília.

Se suponía que dicho conflicto había quedado en el pasado, pero…

Año 616

Abdoom, Reino de los Vampiros

Las nocturnas calles de la capital se encendían una y otra vez con siniestros fogonazos de energía púrpura: detonaciones mágicas impactaban por doquier, causando destrozos, dejando chamuscadas las edificaciones en piedra de estilo gótico alrededor.

Los civiles corrían desesperados. El característico símbolo en la vestimenta de los atacantes —un cuervo con sombrero de punta— causó tensión, extendiendo el insólito rumor de que los invasores provenían de Kishla, el Reino de la Nigromancia. De inmediato se informó al castillo real, que se encontraba en el otro lado de la ciudad.

—¿Kishla? —se extrañó el rey Odol. Gracias a un tratado de paz, los dos reinos convivían como aliados desde hace mucho —. ¿Cómo podrían traicionarnos así…?

El ruido sordo de las explosiones distantes se avivaba.

Odol había reinado en Abdoom durante más de trescientos años; su amplia experiencia le había enseñado que, ante cualquier amenaza, debía mantener la mente fría y actuar pronto. Así que se decidió en pocos segundos y dio órdenes a sus vasallos con su grave y vigorosa voz:

—¡Desplieguen defensas! —se dirigió a la Guardia Real—. Contengan el ataque y guíen a los civiles hasta aquí; al parecer, es el único lugar que la conmoción aún no alcanza.

Enseguida, el Capitán de la Orden de Caballeros Vampiro, Sir Yda Rothzlut partió con sus tropas hacia el oeste de la capital, sitio del asalto.

—Ustedes —el rey le habló a dos sirvientes—. Den el estado de alarma en el reino.

Los criados se movilizaron cuanto antes a cumplir su mandato. Odol se recostó en el dorado trono y reflexionó, frotando su tupida barba negra.

¿Sería verdad el rumor sobre los agresores? Pensar que había tenido un fraternal apretón de manos con aquél gobernante…

Tal vez no debería de extrañarme; Kishla ya no es lo mismo sin él. Sin embargo, ¿esto significa que volveremos a lo de antes…?

—¡…!

El rey contuvo el aliento al percatarse de algo.

—¡Manfred! —llamó a otro de los sirvientes, que se hallaba algunos metros a su derecha, para dar una última orden.

—¿Sí, Señor? —el hombre se posó a su lado. Odol se inclinó un poco hacia él y habló en voz baja.

—Tráigame las páginas que conservamos de… ya sabe, “el libro”.

***

Las descargas de energía eran bloqueadas por los enormes escudos de los Caballeros Vampiro al frente. Pero el ejército invasor no solo contaba con magos encapuchados: lanceros con armadura ligera los apoyaban como vanguardia. Estos eran repelidos por la línea central de Abdoom cada que lograran traspasar las defensas. Al fondo de todo, los civiles eran escoltados hacia el patio del castillo.

No obstante, pese a su eficiente actuación, la Guardia Real —así como todos los demás en Abdoom— aún no podía creer que enserio se estaban enfrentando a su similar, el Reino Kishla.

El juicio de algunos se vio oscurecido…

—¡… Ha!

Sir Yda Rothzlut esquivó con agilidad la lanza del enemigo y blandió su espada de acero negro hacia el estómago desprotegido de este.

—¡Agh…!

La sangre borboteó y el soldado de Kishla profirió un grito ahogado, cayendo de rodillas. Acto seguido, se desplomó en el suelo.

Desgraciados —pensó Sir Yda—. Después de que les brindamos tanto apoyo en momentos críticos… ¿así nos lo pagan?

Pateó el cadáver con desdén. Al instante, se lanzó contra los enemigos adyacentes a su derecha, moviéndose a una velocidad vertiginosa, fundiéndose entre las sombras; uno tras otro, los lanceros de Kishla se derrumbaban tras ser apuñalados.

Sir Yda había sido educado con una moral estricta desde temprana edad. La lealtad se volvió su virtud más preciada y, por consiguiente, le había estado sirviendo al rey con empeño y diligencia casi desde el comienzo del reinado. Estuvo presente cuando se firmó el tratado de paz y recuerda que, a través de este, Kishla le había garantizado a Abdoom: “Infinita devoción como aliados”…

¿Solo habían sido palabras vacías? Para él, aquellos que no cumplían con su palabra no merecían respeto; ¡eran escoria! Y él haría lo que fuera necesario para defender a su reino.

Ensartó al último enemigo cercano y echó un vistazo al perímetro. Había quedado más despejado, pero, en breve, los magos de Kishla contraatacaron, disparando fulgores de magia oscura con mayor intensidad. Algunos invasores consiguieron colarse entre los escudos.

—Capitán Yda —un miembro de su escuadrón, portador de un broquel, se le acercó—. La batalla no está yendo a ningún lado, no sabemos qué buscan los atacantes. Además, creo que el rey solo especificó defender…

—¡Sigan a la ofensiva! —le interrumpió el Capitán, dando órdenes a todo el pelotón—. ¡Se avecinan enemigos por la izquierda! ¡Traidores como estos no merecen piedad!

Pronto, los demás Caballeros Vampiro alrededor se movilizaron hacia las fuerzas perpetradoras que se aproximaban.

… Pero es cierto —discurrió Sir Yda—. ¿De qué se trata todo esto? ¿Una simple escaramuza, estando su reino tan lejos?

Analizando la situación, de repente recordó algo.

“El alto al fuego entre los dos Reinos Tenebrosos llegará a su fin, anunciando la pronta aparición de El Rebelde…”

No. Fue como si una voz resonara en su mente, respondiendo a su anterior pregunta con un fragmento de… aquellas páginas.

—¡¿?!

Una punzada de dolor penetró en su cabeza, haciéndolo tambalearse. Sus piernas cedieron y colapsó de rodillas; apenas pudo sostenerse apoyando una mano contra el suelo.

—¡C-Capitán! —el caballero del broquel se apresuró en ayudarlo—. ¿Se encuentra bien?

—… S-sí. Solo necesito recomponerme un poco.

—Esa forma de atacar lo desgasta mucho. Tómese un descan…

—¡Adelante soldado! ¿No escuchó la orden?

El caballero del broquel asintió y regresó rápido a la batalla. Sir Yda se retiró con cautela a las sombras de un edificio cercano para estabilizarse e interpretar mejor sus pensamientos.

El rey le había contado que esas “escrituras sagradas” salieron a la luz tiempo antes de que se formara el reino; cuando ellos, los vampiros, todavía eran una raza reciente en Ikília, y a duras penas contaban con escasas civilizaciones. Es decir que, en ese entonces, el único reino adepto del Elemento Oscuridad era Kishla...

No, eso no tenía sentido. Además, ¿por qué estaría escrita allí una profecía tan catastrófica? ¿No se suponía que ese libro era un “regalo de los Dioses”?

—Tch, Kishor y sus cosas…

¡Donnnnn… Donnnnn…!

Un ostentoso sonido familiar de pronto reverberó en toda la ciudad, devolviéndolo a la realidad. Era un sonido que ya había tañido hace poco —en cuanto se recibió la noticia de que estaban siendo atacados—, y que parecía impregnar el aire con una sensación de angustia.

Las campanas del castillo.

Se utilizaban solo en ocasiones específicas, para alertar a todo el pueblo de la capital cada que surgía algún percance importante.

—¿Pero qué…? ¿Ocurrió algo más

***

Kishor, Reino Eclesiástico

El Sumo Sacerdote Deshik había reunido a pares, legistas, obispos y demás asesores del reino para dar el informe oficial de lo acontecido la noche anterior —la incertidumbre entre estos se palpaba en el ambiente: según los reportes inmediatos del exterior, parece ser que hubo cierto imprevisto…

—Resulta que Kishla no solo atacó Abdoom —afirmó el Sumo Sacerdote mientras juntaba sus manos cargadas de sortijas sobre la mesa redonda—, sino que… también arremetió contra tres de nuestras tierras hermanas: Phairim, Gwylvir y Tanasphire.

Un silencio gélido se apoderó de la gran sala teñida de blanco.

—Para cuando las fuerzas militares se pusieron en marcha, ya habían ocurrido varias bajas de civiles —continuó el soberano en su tono ronco y sosegado. Los otros miembros del Consejo, sentados en torno a él, se veían entre ellos, murmurando.

—Pero, Excelentísimo… ¿cómo ha podido acaecer algo así? —habló uno de los obispos—. Los Dioses siempre son claros con nosotros. Qué terrible malentendido.

Deshik asintió con gravedad a la vez que desviaba un tanto la vista, pensativo.

Kishla nunca antes había osado atacar directamente a Kishor, o a las tierras sobre las que este tenía influencia, y las escrituras sagradas no especificaban que tal desastre podía ocurrir. Nadie hubiera imaginado que la contienda profetizada entre los países adeptos de Oscuridad tendría repercusiones en otros lugares.

—Al parecer había infiltrados en los países devotos —intervino otro de los santos varones, que también ejercía el cargo de legista.

—Eso me temo, hermano mío —le correspondió Deshik—. Las cosas apuntan a que fue algo planeado con detalle.

***

La reunión se había prolongado unos quince minutos.

El Sumo Sacerdote tenía, como encargo de los Dioses, la tarea de velar por el bien de los Elementos considerados sagrados y, en consiguiente, de las tierras representantes de estos. Pronto tendría lugar una conferencia internacional para discutir las medidas que se tomarían con el fin de evitar que el reciente incidente se repita; y, como la máxima autoridad en casi toda Ikília, Deshik ya tenía un planteamiento en mente.

—Se ha constatado que la seguridad en los países devotos presenta una gran deficiencia —dijo, dirigiendo una mirada a los demás—. ¡Hemos de empezar por expulsar de allí a todos aquellos adeptos del Elemento Oscuridad, puesto que solo estarían representando una amenaza para nuestras tierras santas! —dio un ligero golpe sobre la mesa—. Si en un principio los Dioses no nos advirtieron de un problema como este, es porque entonces debíamos haberlo previsto por nuestra cuenta.

Alguien tosió a propósito.

—Disculpe, Su Excelencia…

Deshik se fijó en el dueño de esa baja voz: un hombre de ojos profundos, enmarcados por ojeras, y rostro muy enjuto sentado en el otro extremo de la mesa.

—¿Sí, mi estimado Dvithra?

El Conde Dvithra respondió con determinación, pero manteniéndose cortés.

—Es que, quisiera sugerir el tener presente alguna alternativa a esto —hizo una pequeña pausa, durante la cual una brizna de inquietud se atisbó en su expresión—. Podríamos haber terminado esta enemistad desde hace mucho…

—… ¿Podría ser más claro, por favor? —le pidió el Sumo Sacerdote con ligero desconcierto. Dvithra se levantó.

—Luz y Oscuridad… Lo único que hacemos es repudiarnos, pero ninguno se atreve a hacer algo para solucionar nuestras diferencias. Si seguimos ciegos en la creencia de que una es buena y la otra es mala… puede que nunca avancemos como sociedad.

Por un momento, nadie habló.

El Consejo era consciente de la sólida mentalidad que poseía el padre de Dvithra —un antiguo diplomático— en cuanto al equilibrio de las cosas. Era razonable que en un conflicto su hijo, siguiendo sus pasos, buscara que ambas facciones estuvieran al mismo nivel en la balanza. Sin embargo, esa era una opción de la que Kishor prescindía sin más.

—Son ellos los que todo el tiempo se han negado a dialogar con nosotros —dijo Deshik al fin, impasible—. Y su fundamento real siempre ha sido aborrecer la Luz. Estoy seguro de que ya debería de saber eso.

—Pero, Señor, el linaje original de Kishla ya no reina allí; aún no hemos tenido contacto con su gobierno actual…

El Sumo Sacerdote lo fulminó con sus ojos de oro.

—¿Y obra de quién piensa que fue el reciente altercado? Claro, nosotros jamás optaríamos por la guerra, no obstante, es obvio que ellos no cambiarán sus costumbres —gesticuló—. Necesitamos una solución ortodoxa. Entonces, respecto a la exclusión que mencioné —volvió a dirigirse a todos en general—. Debemos asegurarnos de que los seguidores de la Oscuridad no vuelvan a profanar nuestros dominios…

El Consejo continuó discutiendo, descartando la idea del Conde Dvithra, y este volvió a tomar asiento con resignación.

—Es imprescindible limitar en cierto modo la inmigración, Excelentísimo —expresó uno de los asesores.

—Correcto, la seguridad en las fronteras tiene que ser estricta.

Tras esto, Deshik invitó a cada uno de los demás a dar su opinión detallada acerca del tema, con lo que, tras un lapso de reflexión profunda, formuló una conclusión determinante y certera.

—Cualquiera que ingrese en alguno de los países devotos no tendrá derecho de salir nuevamente, y así mismo, quien salga no tendrá derecho de volver a entrar. Para fines de esto se llevará un registro, por supuesto, y el individuo en cuestión deberá pasar por un chequeo mágico, donde se comprobarán sus Elementos afines. Esa es mi propuesta de decreto para tratar este asunto. Si todos aquí están de acuerdo, sería solo cuestión de conversarlo con nuestros semejantes.

Se puso en pie, y hubo un murmullo general de aprobación, dando fin al Consejo. El Sumo Sacerdote se alejó a paso lento, caminando abstraído hacia una ventana cercana, y observó el horizonte a través de esta.

—Es evidente que así da inicio el segundo enunciado… —musitó. Las palabras se materializaron en su mente, como si viniendo desde muy lejos, un susurro se convirtiera en eco.

“… Comenzará un nuevo orden; nuevas leyes regirán Ikília. Una era de paz que El Rebelde buscará destruir…”

—¿Agh?

Durante un instante, Deshik tuvo la sensación de que un breve, pero punzante dolor agudo recorría su cabeza.


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