⚠️ Traducción hecha por fans. Sin derechos sobre el contenido original.
Capítulo 124: La decisión del Papa
En el mismo momento.
Catedral de San Pedro. Un cuarto de descanso al final del pasillo.
El Papa y el Obispo estaban de pie en la habitación mirando a un Santo Caballero postrado en cama.
No había nadie más en la habitación. El Santo Caballero tenía la cara roja, con los ojos bien cerrados. Estaba temblando y tenía espasmos, mostrando signos de que su condición era crítica.
Parecía que había sido infectado con la violenta "plaga".
"¿Plaga? ¿Quién ha difundido tales rumores?" De repente, el Papa resopló disgustado. "Obviamente se nos está forzando a eliminar la prohibición. Los magos de la capital están cada vez más desenfrenados".
El Obispo tenía la cabeza gacha, observando al Santo Caballero inconsciente. Comento después de un momento de silencio.
- “Este tipo de maldición es muy singular y sólo puede ser quebrantada por Su Alteza el Papa. Si otros lo intentaran lo tendrían muy crudo romperla. No obstante, hay por lo menos treinta mil personas en la ciudad que están malditas, no es una magnitud que podamos manejar.”
Incluso con la cara de póquer del Obispo, se podía discernir la severidad de su tono de voz mientras hablaba de la situación actual.
El Papa se volvió hacia el Obispo.
-"¿Crees que el mocoso de la casa de Lithur fue el que desató la maldición?"
El Obispo rápidamente agitó la cabeza: "Benjamín Lithur es ciertamente extraño. He investigado con la ayuda de los ojos y oídos de los otros nobles y he leído sus recuerdos varias veces. Sus recuerdos sin embargo siempre se mantuvieron limpios y no mostraron indicios de ser un mago. Aunque tuvo sus momentos inusuales, no me parecieron sospechosos".
El Papa levantó sus blancas y peludas cejas.
-"Los recuerdos nunca mienten", se murmuró a sí mismo. "El primer Papa nos dejó un arma celestial que no cometería un error a menos que se tratase del mismísimo descendiente del Espíritu Santo".
-"Ciertamente”, el Obispo asintió.
La conversación se detuvo cuando el Obispo y el Papa terminaron de hablar. Les resultaba bastante difícil comprender los acontecimientos que se entrelazaban con Benjamín.
El único sonido que se podía oír eran los gemidos y lloriqueos del Santo Caballero en la cama.
Un rato después.
"¿Hay algún progreso en la investigación contra los Lithur?" El Papa cambió de tema después de que aparentemente quedará perplejo con el tema anterior.
"Muy Poco", el Obispo volvió a agitar la cabeza impotente. "Nos las arreglamos para descubrir algunos objetos mágicos en su habitación. Todos ellos apuntaban a que era un mago de nivel principiante. No pudimos encontrar nada en relación con la enorme bola de agua ni la maldición actual."
"¿Qué hay de las memorias?" El Papa continuó preguntando.
"Solo sacamos los recuerdos de las doncellas de servicio en base al acuerdo noble", respondió el Obispo. "Aunque no conseguimos aprender mucho de ellas, hubo rastros de que su personalidad cambió entre antes y después del secuestro."
El Papa se rio como si oyera algo gracioso y atroz.
No se reía por el relato del cambio de personalidad de Benjamín, sino por el acuerdo de que la Iglesia no extraería los recuerdos de los nobles que expresaran su insatisfacción.
"Acordar..." Su voz se volvió lúgubre con un poco de ira mezclada en ella. "¿Por qué debemos tratar a la casa de los Lithur como aristócratas después de todo lo que ha pasado? Su crimen sobre esconder un mago es lo suficientemente grave como para expulsarlos de la aristocracia. Sin mencionar..."
"Su Alteza". El Obispo le interrumpió, "No te olvides de Grant".
"..."
La ira del Papa se desinfló como un globo y se disolvió en el aire.
Suspiró mientras agitaba su cabeza, sin continuar con sus sentencias. Puso sus ojos sobre una pintura en la habitación. La pintura retrataba una figura siempre santa y celestial que fue pintada por la gente de antaño.
"Grant..."
Dijo con una expresión complicada.
El Obispo también miró fijamente al cuadro y dijo: "Si Dios así lo quiere".
El Papa asintió y repitió: "Si Dios así lo quiere".
Los dos miraron a Dios en silencio, como si fuera tiempo de orar. De la manera en que se fruncieron los labios, probablemente estaban recitando en sus corazones las escrituras originales de la Biblia, pagando individualmente por diferentes asuntos.
Pasado un tiempo…
El Papa suspiró una vez más y rompió el majestuoso silencio, pero aun sombrío de la habitación.
Llevaba un aspecto solemne mientras fruncía el ceño
Se volvió para mirar al Santo Caballero que había perdido el conocimiento.
"Esta maldición me recuerda a cierta persona", dijo el Papa.
El obispo parecía saber a quién se refería el Papa, pero tenía una opinión contraria.
"Eso fue hace años, Su Alteza el Papa. No necesitas pensar en este asunto. Esa persona murió hace mucho tiempo y aunque hay otros que aprendieron de él, no son capaces de repetir lo que pasó ese año". Habló lenta pero afirmativamente, “Benjamín Lithur. Un mago que ha sobrepasado nuestra capacidad, vale la pena investigarlo".
El Papa se volvió hacia el Obispo en la máxima gravedad: "¿Crees que el mocoso aprendió sus habilidades y desató la maldición?".
"Eso no es lo importante". El Obispo no contestó a las preguntas del Papa y le recordó al respecto: "No importa quién lanzara la maldición, dicha persona ha recibido lo que pidió. Ahora todos desean irse de la ciudad. Las puertas de Havenwright no aguantarán cerradas por mucho más."
El Papa respiraba profundamente como si hubiese una lucha cuesta arriba que sólo él podía soportar.
"No podemos dejarlo salir de la ciudad, es demasiado irregular", dijo el Papa con determinación. "Aunque tengamos que segregar a toda la Iglesia y hacer algunos sacrificios."
"Ciertamente”, asintió el Obispo.
El Papa bajó la cabeza mientras intentaba imaginar los planes para recapturar a Benjamín.
Era posiblemente un asunto sencillo o una tarea bastante difícil. La razón es que no eran conscientes de la verdadera capacidad de Benjamín para trazar un plan apropiado. Tenían miedo de que, si subestimaran su habilidad y enviaran a sus hombres precipitadamente, podría causar un daño innecesario a la Iglesia.
El Papa lo pensó largo y tendido.
"Si no podemos retenerlo tras las puertas, que se abran." Levantó la mirada y continuó: "El diablillo escurridizo se esconde demasiado bien y quién sabe cuánto tiempo más podremos aguantar. No podremos atraerlo sin abrir las puertas y lanzarle un cebo".
"¿Entonces quién lo vigilará después de que logremos rastrearlo?" Preguntó el Obispo.
El Papa caminó hacia la salida y abrió la puerta. Miró hacia el vacío, pero pesadamente ornamentado pasillo de la cúpula y sentencio mientras colocaba su mirada por encima de su hombro. Su cara tenía arrugas que simulaban unos barrancos y una mirada muy seria.
"Tú y yo".
Inicia sesión para reaccionar y/o comentar a este capítulo
+10
+50
Comentarios del capítulo: (0)